The Last Dance
“Magic” Johnson, Larry Bird, Isiah Thomas, Patrick Ewing, Charles Barkley, Gary Payton, Karl Malone, Reggie Miller… todo ellos, entre otros, forman parte del “Hall of Fame”, y todos ellos coinciden no solo en ser las más grandes leyendas, sino que también sucumbieron de una forma u otra al imperio que construyó Michael Jordan. Y es que aun así todos tenemos la sensación de que los seis anillos que consiguió se quedan cortos tras sus dos retiradas, como él mismo deja caer.
El último baile –The Last Dance– no es solamente una simple serie de Netflix, sino que es un documental que combina todos los detalles que nos brindan todas esas grabaciones de partidos, entrevistas a nuestros protagonistas y toda la parafernalia que rodea a esta historia narrada por el propio Jordan. Porque este documental dividido en diez capítulos, por el que tanto el mundo profesional del baloncesto como los medios de comunicación han estado atentos, nos permite a las generaciones que no vivimos la fascinante década de los 90’, convertirnos en protagonistas de ese baile. Y cómo no, la generación que nacimos en la década que Jordan conquistaba, no podemos hablar del streetwear que tan de moda está en nuestras vidas, y no llevar nuestra cabeza a esas primeras Jordan 1 OG Chicago de 1985 o a todos esos colores que Dennis Rodman combinaba en su pelo como parte de su rebeldía inexorable.
Y parece ser que todo ese lenguaje tan superlativo que acompaña a Jordan, de superación y trabajo, de competitividad y victoria, de liderazgo y exigencia; no fue casualidad, sino que sus primeras derrotas, cada empujón y agarrón, cada palabra pretenciosa o un simple gesto que atentase contra su figura, ya era motivo para que la ya enorme figura de Jordan se convirtiese en un personaje contínuo de Space Jam. Como decíamos al principio, todas esas leyendas ya nombradas fueron las que se enfrentaron al 23, y sin esa existencia competitiva por ser el mejor de la historia, por tener cuantos más anillos, no hubiese sido posible la carrera que tuvo. Por eso a “Mike” también lo consideramos “The GOAT”. Con la suerte de que pudimos disfrutar de todos ellos juntos en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92’, dando por primera vez el apodo de “Dream Team” a un equipo deportivo.
Pero la historia de Michael Jordan también nos deja enseñanzas distintas, una de ellas muy positiva, y es la de tener a alguien, como en su caso fueron sus padres y especialmente James Michael, que siempre le guiase por el camino correcto. En un momento en el que los deportistas no tenían límites profesionales y donde el mundo de la prensa y los que le querían ver caer, atacaban su figura, su padre y su familia, de origen muy humilde, fueron el soporte sentimental por el que Jordan sacó ese ADN. Fue ese sentimiento interior el que supo impregnar su propio baloncesto antes de que el mundo material se comiese a su propia persona. Porque todos debemos tener al lado a esas personas que nos guíen en los distintos aspectos de nuestra vida.
La otra enseñanza más crítica de su historia, como la de otros grandes deportistas, y asumiendo la posible idealización que hacemos aquí de su figura –totalmente merecida en el plano deportivo- es la de todos esos niños afroamericanos que viven y nacen marcados por su condición socio-económica y que ven en Jordan un ejemplo a seguir para poder triunfar. Pero es que en ese intento de salir de abajo, son miles los niños y jóvenes que por las propias condiciones estructurales del sistema, se quedan atrapados en ese falso “sueño americano”, manteniendo su vida rutinaria de miseria.
Esta historia es El Ultimo Baile de Michael Jordan, de su último baile, pero ya se encargó de dejar la orquesta funcionando para un siguiente baile. Porque detrás de los pasos que él mismo se encargó de marcar y escenificar, siempre hay otra leyenda que coge el relevo, en este caso, su vuelo, ese que pasaría a la historia como “Air Jordan”. No podía ser otro más que el número 24, “The Black Mamba”. Y a este sí que le hemos visto todos bailar.
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